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Pura confusión

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Por Roberto Garcia | 26/05/2014 | Opinión

garcia robertoMitos y verdades de Kicillof vs. Fábrega. Macri, indeciso. Massa se preocupa. Y Scioli sospecha.

Se equivocan quienes repiten que, en un acto de arrojo, el titular del Banco Central le ofreció su dimisión a Cristina por discrepar con Axel Kicillof. La versión se reiteró hasta el hartazgo, repetida inclusive por quienes conocen a la Presidenta –destacada por la frase imiperial “a mí no me renuncia nadie”– y por aquellos que no ignoran la militancia burocrática de Juan Carlos Fábrega, acostumbrado a décadas de obediencia debida en el Banco Nación y al flagelo de la última, ganada bajo la tutela de Néstor, su ex compañero de colegio.

En todo caso, se interpretó mal una sugerencia que el funcionario dio a la mandataria: “Por razones de Estado y eventuales contingencias, sería responsable que tuvieras un reemplazante para mí. Y también, claro, para Kicillof. Siempre hay que estar a cubierto para preservar la estabilidad”.

Claro que admitir esta recomendación en medio de la controversia sobre el nivel de tasas –apenas uno de los capítulos del litigio entre los dos responsables de la economía– genera desde hace 15 días un temblor en los mercados, al que las dos partes confrontadas acudieron en busca de auxilio: Fábrega con el sector financiero, el ministro –ahora más solícito y menos arrogante– con cámaras y asociaciones de la llamada economía real. Como si el comunicado o la declaración de ciertos dirigentes privados pudiera evitar que ambos flameen al viento por la caída de la actividad económica, los graduales despidos laborales, alta inflación y el comportamiento de dólar y reservas. Aunque en rigor, el propósito es disipar presagios desagradables, impedir comportamientos de fuga y  tranquilizar a la inquilina de la Casa Rosada que, luego de la última devaluación, procede más de acuerdo al miedo que a la convicción. Es lo que dice uno de los protagonistas en pugna.

Ninguno, por otra parte, quiere cargar con el peso de fomentar más estrés en Ella, quien le atribuye a ese fenómeno de alteración fisiológica ciertos disturbios menores que aparecen en sus análisis clínicos, a la “mala sangre” que le provoca la función: “Cuando termine el mandato se van a corregir estos inconvenientes”. Una opinión que algunos médicos no avalan, a pesar de que nada grave supone la controversia y, mucho menos, las dificultades en el organismo.

Aun así, tanto Kicillof como Fábrega disputan frente a un inesperado cuadro económico de nerviosismo que se anticipó a los cálculos (cualquier profesional imaginaba que sin un complemento de medidas, en septiembre u octubre reaparecerían los problemas), uno empecinado en una receta propia sobre el desarrollo y el crecimiento que dice originarse en Keynes, y el otro, menos versado tal vez, sometiéndose a la experiencia ortodoxa de que si uno finalmente acepta ir a una fiesta de gala con esmoquin, no puede olvidarse los pantalones: restarle valor a la moneda, restringir el crédito, enfriar la economía y no disminuir el gasto sin tocar la emisión viene a ser, para esa visión, como circular en calzoncillos por el evento. Conviene establecer los valores de cada contendiente: Fábrega dispone de un único bastión, el BCRA, pero en ese instituto también está aislado, solo (salvo el respaldo técnico de un veterano entrado en carnes que había sido marginado, al igual que dos o tres exponentes de la línea), observado y objetado por un directorio poco afín, con supremacía del ministro (incluyendo a otros escaladores que no provienen de su cantera), mientras Kicillof reporta un ejército desplegado en distintas áreas del poder, pero en conflicto con varios de sus ocupantes (caso Miguel Galuccio en YPF).

Nadie sabe quién gana, los dos en operaciones y Cristina disimulando la reyerta en la ilusión de que si alguien le presta plata, se calmará la jauría. Menos mal para Ella que no sube el petróleo aún y que el Niño promete un invierno lluvioso, pero sin frío atemorizador. Buenas noticias,  aunque se obsesiona por el riesgo conjunto que hoy representan curas quejosos, magistrados díscolos y financistas inquietos: les teme más que a los políticos. O a Clarín.

La población se entretiene con Tinelli, las equívocas pavadas epistolares del Vaticano y embajadores, el Mundial, y permanece distraída de la caída del valor adquisitivo del salario. Y los políticos, ensimismados. Como Mauricio Macri, reservando el  silencio para su relación con Cristina e indeciso para decidir la elección porteña. No sabe si  lo más pronto posible (con primarias en diciembre 2014) o transportarlas hasta el mismo día de los comicios presidenciales. Cualquier argucia en el calendario que no le estorbe su candidatura. Sergio Massa, a su vez, en el sube y baja de los sondeos, contratando lo que puede en el mercado, mientras los UNEN más a la derecha que a la izquierda (como instruyen los encuestadores sobre la dirección del viento) y Daniel Scioli, tan apichonado como advertido, de que al cristinismo puro le importan más las PASO que las presidenciales: allí es donde la mandataria puede imponer, determinar, reinar. Le importa disponer más de esa instancia que del futuro gobierno, asegurar su propia minoría que una presunta mayoría incontrolable: sabe que en la sucesión los peronistas pueden ser más crueles  que los adversarios de su signo.

De ahí que Scioli sospeche que Ella no lo prefiere para esa instancia primaria, empieza a suponer que no estará cerca. Menos que ahora, inclusive. Tarde advirtió el gobernador  que Florencio Randazzo trepa en puntos, se aprovisiona en Carlos Zannini todos los días (de obligatorio café entre ambos), hasta gana confianza femenina por desafiar a Hugo Moyano, otro al que Cristina adoraría verlo en la zanja (parece que le amputará una caja fabulosa que el camionero comparte con otro dirigente de su estilo, del sector naviero).

No es el único Randazzo: hay calor oficial para Julián Domínguez, casi un francisquito por su vocación católica, asistido por preferidos como Carlos Kunkel, el hombre que reniega de las bataclanas con la misma furia discriminatoria que la aristocracia argentina de los 50 despreciaba a Evita. No queda afuera tampoco Sergio Urribarri, el entrerriano que gasta como si tuviera, esperanzado en que si él ubicó a Galuccio (gracias a su próspero hermano empresario) y éste se convierte en un paradigma salvador (como lo propone su agente patrocinador), alguien deberá agradecérselo a través del voto. Ninguno parece preocupado por el mendrugo del día siguiente, al revés de los que trabajan y de los que pierden el trabajo.


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